ARTÍCULO DE JOSE GALLEGO SOBRE LA GESTIÓN DEL DUELO

“Si hay algo que me gusta de Del Revés, es que por fin en una película de animación se reivindica la función vital de la Tristeza”.


Podría decirse, como en muchos otros casos, que la gestión que hacemos del duelo de un niño es la gestión que hacemos de nuestro propio duelo. Somos el modelo de conductas lícitas, el repertorio de comportamientos a seguir ante un acontecimiento. Un espejo para los pequeños.
Un niño no suele entender la irreversibilidad de la muerte hasta más o menos los 5 años (salida del estadio preoperatorio). Y no nos referimos a que verbalicen que su abuelo está en el cielo y no en esta vida, sino a que entienda realmente que se trata de un estado para siempre. No domina el concepto del tiempo y está sujeto por completo a lo que percibe con sus sentidos y lo que le dicen, sin contrastar la información. Aquí tenemos en cuenta que el niño en los alrededores de esa edad, está en una fase que respecto al tipo de conciencia adulto, le hace más flexible ante este acontecimiento.

Me explico. El adulto se enfrenta a la muerte de un ser querido con un miedo consciente lleno de dudas existenciales que sabe que no tienen respuesta, con conflictos de fe, con rabia y frustración, con un vacío tangible. El niño se sitúa en esa época en que lo posible es una mezcla de realidad y ficción, una tierra de nadie en que la plasticidad infantil está receptiva a entender las cosas de muchas formas y asimilarlas fácilmente; si se aborda bien, es una oportunidad para que asimile el acontecimiento de la muerte como parte de la vida, y pueda recibir sus miedos diversos y gestionarlos sanamente. Es decir ¿estarían en mejor posición para asimilar la muerte del ser querido? En un principio, sí. Va a depender del modelo adulto de referencia y de cómo este haga lícito entender y sentir la pérdida.




Pero lo que querrás escuchar son consejos prácticos y no una clase teórica. Empecemos.
  • Evitar los mensajes ambiguos o contradictorios, o simplemente mentiras. Un ejemplo es decir que el abuelo se ha ido de viaje; de un viaje se vuelve, se puede esperar una vuelta. La contradicción será mayor cuando vea que no hay retorno y lo asimile a los viajes en una asociación absurda.
  • Los niños están mejor preparados que tú para una información directa y verdadera. No tienen ideas previas y creencias construidas como nosotros (a los que nos duele tanto que rompan nuestros esquemas y nos rebelamos ante la necesidad de cambiar nuestras expectativas e ideologías). Muchas veces el miedo a su reacción es el miedo que nosotros sentimos. La información sencilla y directa se traduce en seguridad emocional para el niño.
  • Esas órdenes que se dan “no llores”, “no estés triste”… son lo peor. Me refiero a que a nuestra cultura no le basta con convertir a la muerte en un tabú, sino también a la tristeza, estado esencial para gestionar un golpe, para la conversión y asimilación del acontecimiento. Nuestra cultura, con respecto a la muerte, es una cultura en shock perpetuo. Los niños estarán tristes, preocupados… no insistamos como siempre en ser sus payasos. Se les puede hacer partícipes de los símbolos de gestión del duelo familiar (no me refiero al entierro/funeral, a menos que esté bien abordado) como ver fotos, hablar, lugares, costumbres relacionados con el familiar o el amigo que no está. Se trata de una oportunidad de reelaborar el tema, de trabajarlo conjuntamente con un adulto que lo oriente bien.
  • La expresión de los sentimientos es lícita y hay buenos canales para ello: el dibujo, el juego simbólico, el diálogo, los cuentos ilustrados leídos conjuntamente (hay una enorme cantidad de libros para este tema: “Julia tiene una estrella” de Eduard José y Valentí Gubianas, o “Paraíso” de Bruno Gibert.
  • Qué respuesta dar es cosa de las creencias de cada familia o individuo; no nos metemos en juzgar opiniones religiosas, agnósticas o ateas. Pero sí deberían cumplir dos cosas: no ser ambiguos o mentir como decíamos antes, y dar una respuesta que a nosotros mismos como adultos nos valga (y fíjate que digo “nos valga” y no necesariamente “creamos en ella”). Tanto el creyente como el ateo tienen dudas en diversos momentos, es humano. El creyente podrá señalar al niño un plano de existencia trascendental y justificarlo con la fe. El no creyente puede reconvertir la muerte en una existencia simbólica del ser querido en memoria, modos de actuar, valores, y sentimientos sobre este que guíen durante la vida. Sirven todas, pero créetelas tú primero.
  • El cómo dar esa respuesta es harina de otro costal: ya hemos dicho que sencilla, breve y sin mucho rodeo. Pero tienes que verte capaz si vas a ser tú el que lo va a hacer. Si no, puede ser otro familiar cercano de confianza con sensibilidad para explicar que el abuelo se ha muerto; su cuerpo ha dejado de funcionar porque era viejecito, y eso ocurre cuando las personas ya han vivido mucho tiempo.
  • Un miedo del niño es que si el abuelo ha muerto, su madre ¿también se va a morir? Evidentemente la respuesta es sí. Todos nos vamos a morir algún día. Es muy raro que las personas mueran siendo jóvenes, no suele ocurrir. Con lo cual para eso falta tanto tiempo que no tiene que preocuparse. Lo importante para los padres en este momento es brindar la sensación de seguridad y de que se está con el niño para contestar, elaborar, jugar, expresar, explicar…
  • En casos excepcionales el difunto es joven y ha muerto por enfermedad o por accidente. Podemos explicar entonces en qué consistía esa enfermedad y la diferencia con estar malito. Y que él no se va a morir por ponerse malo. Los accidentes pueden elaborarse también sin entrar en detalles, de forma general. Nuestra sensibilidad y asertividad serán claves a la hora de bajarnos al registro verbal infantil.
  • Todas las muertes y sobre todo estas últimas van a provocar que el niño haga preguntas de tanto en tanto. Responderlas sin ansiedad, tomándote tu tiempo, dialogando (y no despachando rápido y de lejos), es una oportunidad de reelaboración del duelo. Y que pregunte no es malo. Es bueno.



Después de los 6 años, se empieza a abrir una época en que la gestión del duelo es más difícil, con posibles sentimientos de culpabilidad, búsqueda y vulnerabilidad. Por eso la educación previa es importante. En mi opinión la peor etapa humana para sufrir la muerte de un ser querido no es la infancia como piensan los adultos (de hecho se es más vulnerable al sufrimiento siendo adulto), sino la adolescencia. El adolescente no está protegido por aquel pensamiento mágico y flexible, no tiene la madurez de las creencias adultas, su tristeza se traduce como irritabilidad… es el más desprotegido.

Por esto, la gestión del duelo en pequeños es la más importante, pero no la más difícil. Deberíamos hablar del duelo complicado en edades adolescentes y de su abordaje en un futuro artículo.

El duelo complicado o patológico es el que se prolonga de forma crónica y nos desadapta para hacer una vida normal, que ha podido ocurrir debido a estilos educativos que han premiado la represión de las emociones o por posibles ganancias psicológicas del afectado que los demás están manteniendo, y requiere un tratamiento terapéutico que no es complejo en una personalidad sana. Pero esto, también es ya otra historia.






Jose Gallego. Directivo y Orientador del Colegio Calasancio Hispalense, webmaster de Alikindoi.com en la que intento divulgar recursos psicopedagógicos para todos. Me dedico a esto porque no me gusta el mundo como está e intento mejorarlo en la medida de lo posible. No soy de ningún sitio y soy de todos. En esos sitios aprendo de unos pocos y lo traslado a muchos.

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